El placer es el principio y el fin de una vida feliz
Epicuro
Vianne Rocher, personificada por la hermosa actriz francesa Juliette Binoche, llega con su hija a un pequeño pueblo francés para instalar una chocolatería. El pueblo, dominado por el rígido alcalde, el conde Paul de Reynaud (Alfred Molina), está aferrado a costumbres signadas por una moral victoriana que él impone a través del mojigato cura. Vianne, una mujer alegre, madre soltera, ofrece a los habitantes la pizca de hedonismo sin el que la vida no tiene sentido. Esto es muy mal visto por el conde y los sectores moralistas del pueblo, quienes le hacen la estancia difícil a Vianne y a su hija con el objeto de que se vaya. Pero Vianne no cede fácilmente, además la apoyan algunos lugareños que se han dado cuenta de que el chocolate no es el demonio materializado, ni disfrutarlo un sacrilegio. Un grupo de gitanos nómadas arriba al pueblo en un barco y, sin proponérselo, son la guinda del cóctel de inmoralidad que el iracundo conde quiere execrar. Al final el conde es seducido, accidentalmente, por el delicioso chocolate de Vianne. Este hecho hace que el pueblo entre en una era distanciada como un siglo de la que vivía antes de la fundación de la chocolatería. El argumento más detallado está en este enlace (en inglés). Chocolate fue nominada para numerosos premios y ganó varios de ellos.
Como casi todas las obras cinematográficas, Chocolate también está basada en un libro. Obviando esto, diremos que Lasse Hallström (por no decir el autor del libro base) pone el dedo en la llaga sobre la moral victoriana y su instrumento de dominio: la Iglesia (católica en este caso). No es de lo único que trata esta película, pero es uno de sus principales temas. La Iglesia está representada por un joven sacerdote que simplemente sigue instrucciones de la autoridad de facto: el conde alcalde. En su púlpito -con discursos redactados por el conde- despotrica de Vianne y lo que ella representa: el demonio vestido de placer gastronómico. Algo extraño tratándose de un conde, pues los que tienen títulos semejantes son generalmente sibaritas. Lo cierto es que muestra una Iglesia que no logra por sí misma establecer qué tan pecaminosa es Vianne y su chocolate, y tiene que subordinarse al criterio de quien detenta el poder. Eso es algo más común que los condes no sibaritas. Cuando el conde rectifica, el cura también lo hace, y en su discurso argumenta como hubiera querido hacerlo desde el principio, pero no lo hizo por supeditarse al poder.
Otro interesante tópico que Halltröm explora es el hedonismo, como condimento del estoicismo cristiano para hacer de la vida una travesía más amable, en donde las penas tengan una puerta de salida. El estoicismo, que el Cristianismo tomó para sí, le fue muy útil a la Iglesia quizás hasta el siglo XIX, pero hoy no tiene acogida entre la generalidad de la feligresía[1]. No todos podemos vivir como Hugh Hefner, pero de vez en cuando debemos entregarnos a los placeres, si no la vida sería un absoluto tedio. Al decir placeres, me refiero a una actividad que disfrutemos plenamente, mucho más que nuestras monótonas actividades cotidianas; puede ser leer a Kant, oír música, comer chocolate, viajar o tener una noche a lo Hefner.
Chocolate no se queda ahí. También nos habla de otras cosas: la violencia conyugal, los sueños que tiene la gente y la búsqueda de su concreción en realidad, el amor en la senectud, el ejercicio del poder de facto, el ejercicio del poder por autoridad delegada y por autoridad moral, el arraigo y el desarraigo a un sitio (caso de nómadas como Vianne), el apego y el desapego, la inclusión de los «desadaptados» en la sociedad, la eutanasia disfrazada (caso del personaje de Judi Dench), la aceptación de los cambios (caso de la hija del personaje anterior), entre otros. Hay que destacar la soberbia actuación de Juliette Binoche, y las muy buenas actuaciones de la veterana Judi Dench, de Johnny Depp, de Lena Olin (esposa del director) y de Alfred Molina. Una exquisita película, de visionado ligero pero con sustancia, y que podemos paladear con bombones en lugar de cotufas, más aún en la época navideña.
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[1] No pocas religiones han tomado por bandera el estoicismo, muchas en su vertiente más extrema, la que roza el masoquismo: mientras más sufras en esta vida mayor será el premio en la otra. Esta idea da pie al ejercicio de un dominio narcotizante sobre las masas, llámese feligresía. Ateos y poco convencidos, entre ellos los que quieren ejercer el poder, han hecho caso omiso de esta línea de pensamiento, y tratan de llevar buena vida aquí y ahora. Esta más epicúrea idea (de la buena vida aquí y ahora) se ha difundido desde finales del siglo XX con el advenimiento de la nueva era (new age). Tampoco es el ideal, pues si todo gira alrededor del aquí y ahora y no se planea un poco el porvenir, se cae en el conformismo y en el estancamiento. Cada vez que uno dice algo así, recuerda el medio aristotélico. ¡Qué sabio era Aristóteles!
[1] No pocas religiones han tomado por bandera el estoicismo, muchas en su vertiente más extrema, la que roza el masoquismo: mientras más sufras en esta vida mayor será el premio en la otra. Esta idea da pie al ejercicio de un dominio narcotizante sobre las masas, llámese feligresía. Ateos y poco convencidos, entre ellos los que quieren ejercer el poder, han hecho caso omiso de esta línea de pensamiento, y tratan de llevar buena vida aquí y ahora. Esta más epicúrea idea (de la buena vida aquí y ahora) se ha difundido desde finales del siglo XX con el advenimiento de la nueva era (new age). Tampoco es el ideal, pues si todo gira alrededor del aquí y ahora y no se planea un poco el porvenir, se cae en el conformismo y en el estancamiento. Cada vez que uno dice algo así, recuerda el medio aristotélico. ¡Qué sabio era Aristóteles!
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