Imagen del póster en IMDb.
Es necesario decir y pensar que el ser es.
Pues el ser es y la nada no es,
eso yo te exhorto a pensar.
Parménides
En 1995 unos delincuentes que entraron a robar en el Anexo del Urológico de San Román, en Caracas, tomaron varios rehenes para poder salir de la calle ciega (cul-de-sac) en que estaban. Luego de un viacrucis tanto para las diversas policías que concurrieron como para los rehenes, todo terminó en tragedia. La acción se transmitió en vivo y directo por televisión. A la fecha, ningún cineasta venezolano ha recreado este funesto episodio de la vida (o la muerte) capitalina.
Río de Janeiro, junio de 2000. Un delincuente de 18 años, de nombre Sandro do Nascimento, toma secuestrado un autobús de la ruta 174. Los objetivos de ese secuestro no estuvieron muy claros nunca, pero de seguro uno de ellos era aterrorizar a los pasajeros. La dificultad para el antisocial era el escape del bus. Al igual que en el secuestro de San Román, al final de la tarde, casi de noche, se llega al infeliz desenlace de los acontecimientos. Los eventos fueron transmitidos por televisión en vivo y en directo. En 2002, un novel cineasta, Jose Padilha decide reconstruir lo ocurrido, utilizando material registrado al momento de los hechos y, adicionalmente, incluye entrevistas a diversos actores sociales en torno a la problemática del delito y, en particular, de los llamados «niños de la calle». Este aditamento es el valor agregado de mayor peso del filme. La importancia de este documento reside en que el espectador no solo es testigo de los hechos reales, vale decir testigo casi presencial, sino que se dan testimonios de diversos especialistas, policías, encargados de los reformatorios, del director del filme e incluso de los «niños de la calle».
En virtud de que el problema del hampa es multifactorial, también son muy diversos los temas asociados a este hecho de los que se podría disertar. Tocaré solo algunos, dejando para el final uno de los que reviste mayor trascendencia, y que es de forma reiterada mencionado por Padilha al comienzo de su excelente película.
Un fotograma del filme en el que se ve al secuestrador.
McLuhan, Warhol y la Tarde de perros
En 1968 Andy Warhol dijo que «en el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos». A Sandro le correspondió toda una tarde de triste fama. El delincuente pedía con vehemencia que grabaran para la televisión. Él sabía que tenían cobertura televisiva. ¿Que emoción sentiría él internamente? A diferencia de la célebre película Tarde de perros, de Sidney Lumet, que protagonizara Al Pacino, Sandro no tenia una barra de simpatizantes, ni era actor, ni la historia tenía guión conocido. Todo lo contrario. Esto era la más descarnada realidad, antipática, sin actores y no respondía a un guion escrito por un intelectual.
Si es cierto que en esta «aldea global» el medio es el continuum de nosotros mismos, es tan solo un corolario que el desafortunado evento protagonizado por Sandro sea un reflejo directo de lo que somos como sociedad[1]. Lo espeluznante de estos hechos (el de San Román y el de Bus 174) es que ambos fueron transmitidos en vivo y directo por TV, haciendo de los televidentes, instalados en cómodas butacas, testigos de excepción de los homicidios perpetrados. No se puede imaginar una mejor extensión de nosotros que nosotros mismos viendo nuestro producto en acción, sin simulaciones ni falsedades, sin histrionismo; de manera directa y en tiempo real. Extraordinaria oportunidad que se volvió a repetir, por supuesto a otra escala, el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Un bizarro hiperrealismo que convive con nuestra cotidianidad gracias a que «estamos conectados». El tiempo le ha dado a McLuhan la razón. En casos como este uno se da cuenta de que el poder de los medios es pavoroso.
Entre policías te veas
Muchos son los filmes norteamericanos que dejan muy mal parada a la policía de ese país. La víctima, armada solo de valor y de una buena dentadura, se enfrenta a un contingente de peligrosos delincuentes armados con pistolas 9 mm, ametralladoras Uzi, bazucas y demás utensilios del mal. La policía solo llega antes de que aparezcan los créditos finales. Nuestro héroe, que puede ser un niño de 9 años, una joven de 16 o un ejecutivo de 30, somete al batallón de malos con sus rudimentarias herramientas. En la vida real no es mucho mejor. Tanto en San Román como en Río de Janeiro se presentaron en el sitio múltiples unidades policíacas descoordinadas y sin planificación alguna sobre lo que deberían hacer. Resultado: muertos; inocentes muertos. Los créditos finales se dan en la morgue.
Pero en el caso de los «niños de la calle» es distinto. Siete años antes del acontecimiento del Bus 174, hubo una masacre en Río, llamada masacre de la Candelaria, en la que ajusticiaron a ocho menores en condición de calle. Sandro la nombra varias veces, con resentimiento. Él estuvo allí y sobrevivió. La policía militar hizo «limpieza» de manera eficiente y efectiva. En el film, una trabajadora social entrevistada mencionó que hay gente que de verdad apoya que se asesinen a los «niños de la calle». Pero también atestiguó un individuo que los ha empleado ocasionalmente en su negocio y aseguró que nunca lo habían robado.
La policía, por otra parte, también es beneficiaria del delito, tal como se muestra en la película Ciudad de Dios, donde los policías son los que proporcionan la droga que malogra a los jóvenes. En esta cinta es ficción, pero en la realidad sabemos que eso es factible. Ya han ocurrido muchos delitos ejecutados por policías. Y por militares. Uno se pregunta a diario quién es peor, si el hampa o la policía; en especial en los países latinoamericanos. La reacción normal es desconfiar de la policía tanto como si se tratase de delincuentes, pues se supone que ellos no debieron nunca romper el pacto social con quienes debemos ser protegidos por ellos[2]. La situación terminal en la Venezuela de hoy es un ejemplo paradigmático: los cuerpos de seguridad son más criminales que el hampa común.
Imagen del póster en Filmaffinity.
Un polinomio de grado n
El delito tiene tantas aristas importantes como uno pueda imaginar: educación (instrucción y valores), alimentación, salud, paternidad irresponsable, servicios e instituciones del Estado ineficientes o inexistentes, corrupción administrativa (que priva de recursos para atender la población desposeída), maltrato infantil, banalidad de los mensajes de los mass media, y un largo etcétera. Todas importantes y todas agravantes. Estos múltiples vectores afectaron a Sandro y a los hampones de San Román de diversas maneras. Y afectan a diario a los delincuentes que pululan por doquier en nuestra sociedad. Entendiendo estos factores no nos lleva a exculpar a los delincuentes, pero al menos podemos comprender el porqué de su enajenación. Eso sí, los hampones de «cuello blanco» no tienen perdón de Dios. Menos de nosotros.
Transparencia y reconocimiento
Reiteradamente Padilha refiere que los «niños de la calle» son transparentes para el resto de la sociedad. Para los demás ellos no existen. Se aprecian escenas de la calle en la que estos jóvenes piden dinero o venden cosas a los transeúntes y conductores mientras nadie los toma en cuenta. Ni siquiera voltean a verlos. La transparencia, eufemismo de la inexistencia, es total.
Ya los antiguos griegos dieron cuenta de que mi existencia pasa por el reconocimiento que de mí tiene el otro y, viceversa, la existencia del otro pasa por mi reconocimiento de él o de ella como tal. La total ignorancia e indiferencia hacia el otro es sinónimo de inexistencia. A nadie le gusta que los demás lo consideren un no ser, un no existente; al menos mientras esté vivo. La escena en la que se habla de ello muestra los vehículos y la gente transitando haciendo caso omiso de los niños de la calle. Nadie voltea a verlos, menos a hablarles o a comprarles lo que venden o a darles una ayuda, bien sea en metálico o comida. Con el paso del tiempo, esto crea resentimiento en ellos; resentimiento hacia el resto de la sociedad, en particular de aquellos para los que él o ella nunca existieron. Así, como venganza, tampoco esos emperifollados existen para él cuando los amenaza con una 9 milímetros, por lo que no se le hace difícil apretar el gatillo.
Tal como señala el artículo de la referencia [4]: «La experiencia de la injusticia es parte de la esencia del hombre. La humillación es la negación del reconocimiento por parte de los otros -de la sociedad-. Para Honneth el hombre despreciado, humillado, sin reconocimiento, pierde su integridad, sus derechos, su autonomía personal y su autonomía moral».
Ya los antiguos griegos dieron cuenta de que mi existencia pasa por el reconocimiento que de mí tiene el otro y, viceversa, la existencia del otro pasa por mi reconocimiento de él o de ella como tal. La total ignorancia e indiferencia hacia el otro es sinónimo de inexistencia. A nadie le gusta que los demás lo consideren un no ser, un no existente; al menos mientras esté vivo. La escena en la que se habla de ello muestra los vehículos y la gente transitando haciendo caso omiso de los niños de la calle. Nadie voltea a verlos, menos a hablarles o a comprarles lo que venden o a darles una ayuda, bien sea en metálico o comida. Con el paso del tiempo, esto crea resentimiento en ellos; resentimiento hacia el resto de la sociedad, en particular de aquellos para los que él o ella nunca existieron. Así, como venganza, tampoco esos emperifollados existen para él cuando los amenaza con una 9 milímetros, por lo que no se le hace difícil apretar el gatillo.
Tal como señala el artículo de la referencia [4]: «La experiencia de la injusticia es parte de la esencia del hombre. La humillación es la negación del reconocimiento por parte de los otros -de la sociedad-. Para Honneth el hombre despreciado, humillado, sin reconocimiento, pierde su integridad, sus derechos, su autonomía personal y su autonomía moral».
Reportaje de TV sobre la tragedia de San Román, Caracas, 1995[3].
[1] El filme se desarrolla en Brasil, siendo su contexto las condiciones especificas de ese país, pero las condiciones socioeconómicas son tan similares en toda Iberoamérica, que podemos hacer nuestro el contexto, pues aquí ocurren situaciones similares, tal como la de San Román.
[2] Me refiero a la policía de Venezuela, que es la que uno más conoce. No parecen muy diferentes las de otros países iberoamericanos.
[2] Me refiero a la policía de Venezuela, que es la que uno más conoce. No parecen muy diferentes las de otros países iberoamericanos.
[3] Reportaje escrito detallado en:
http://cronicasdeltanato.wordpress.com/la-masacre-de-san-roman/
[4] Sobre la teoría del reconocimiento:
http://es.wikipedia.org/wiki/Teoría_del_reconocimiento
[4] Sobre la teoría del reconocimiento:
http://es.wikipedia.org/wiki/Teoría_del_reconocimiento
---
Otras referencias:
El reconocimiento en el otro: autoafirmación y acción comunicativa en personas en extrema exclusión, por Nicolás Rojas Pedemonte:
Un punto de vista católico sobre el reconocimiento del otro:
http://www.mercaba.org/DicPC/R/reconocimiento.htm
Dando a cambio nuestra privacidad, por Umberto Eco (privacidad vs visibilidad):
http://prodavinci.com/2014/07/28/vivir/dando-a-cambio-nuestra-privacidad-por-umberto-eco
---
Artículo en Wikipedia (inglés):
http://en.wikipedia.org/wiki/Bus_174
Ficha en IMDb: http://www.imdb.com/title/tt0340468
Ficha en Filmaffinity: https://www.filmaffinity.com/es/film446526.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario